SOBRE LOS SIMBOLOS Y LA CONSTRUCCION DE LA NACION
SOBRE LOS SIMBOLOS Y LA CONSTRUCCION DE LA NACION
Oscar
Ortiz Antelo*
Las
controversias de los últimos días alrededor de la whipala, ocultan un problema
de fondo, el de la construcción de la nación boliviana, aquel espacio común
donde todos debiéramos sentirnos, incluidos, integrados y respetados. El
sentido de identidad y de pertenencia no se impone, sino que se cultiva.
Imponer símbolos y culturas particulares al conjunto de la nación no solo no unifica,
sino que disgrega, divide y confronta a la sociedad.
En
realidad, el desarrollo del concepto de la nación boliviana continúa siendo una
cuestión irresuelta para el futuro de Bolivia como país. A pesar de su
trascendental importancia no se lo discute porque se apuesta políticamente al
fomento de la confrontación entre bolivianos como medio de aglutinar a los
núcleos duros de votantes. No interesa gobernar para todos sino consolidar una
base de votantes que aseguren a la minoría organizada el control de la mayoría
desorganizada.
Es el resultado
de un proceso constituyente fracasado por la falta de voluntad de construir
consensos mediante el dialogo y la concertación de bases y fundamentos comunes
para la convivencia pacífica, armónica y sujeta a reglas compartidas, entre
quienes piensan diferente.
En el
marco de esa construcción de una nación boliviana debemos reconocer que la
Constitución tienes muchas falencias. El artículo 3, al definir la nación
boliviana, habla de la totalidad de las bolivianas y bolivianos, las naciones y
pueblos indígenas originarios campesinos, las comunidades interculturales y
afrobolivianas. Da la impresión de ignorar a quienes se consideran mestizos y
no se identifican con ninguno de estos grupos étnicos, quienes constituyen
además la mayoría de la población actual del estado boliviano.
El
artículo 30 define como nación y pueblo indígena originario campesino a toda
colectividad humana que comparta identidad cultural, idioma, tradición
histórica, instituciones, territorialidad y cosmovisión, cuya existencia es anterior
a la colonia española. Si de verdad se creyera en un estado plurinacional, se
debiera reconocer, por ejemplo, a las naciones potosina, tarijeña, cochabambina,
chuquisaqueña, paceña, beniana, cruceña, beniana y pandina. Acaso no llevan
varios siglos compartiendo todos los atributos nombrados como historia,
cultura, lengua y territorio.
Fueron
los departamentos quienes fundaron Bolivia. Quién define cuantos siglos de
historia común se necesitan para ser considerados nación. Establecer como línea
de diferenciación que algunos vienen de antes de la colonia y otros llegaron
después tampoco representa una razón sólida. Acaso algunos de los pueblos
indígenas u originarios no vinieron también de otras tierras, invadiendo y
dominando a quienes vivían en los territorios que constituyen la actual Bolivia.
Acaso, incluso en la actualidad, algunos de estos pueblos no tienen comunidades
de la misma cultura que se reconocen como argentinos, chilenos, colombianos, paraguayos,
peruanos y ecuatorianos. Por ello, siempre me pareció que el concepto
plurinacional no integra, sino que desintegra. Hubiera sido y sigue siendo
mucho más beneficioso reconocer una sola nación boliviana, plural y diversa,
con sus distintas culturas, lenguas, pueblos y etnias.
Ninguno
de los bolivianos actuales vivíamos hace quinientos años. No podemos cambiar el
pasado, pero podemos construir un futuro mejor; podemos encontrarnos en los
anhelos comunes de paz, libertad y prosperidad; podemos reconocernos en
símbolos aceptados por todos como la bandera tricolor, rojo, amarillo y verde,
el escudo y el himno nacional. Al mismo tiempo debemos aceptar y respetar que hay
símbolos como la whipala y la Bandera de la Flor del Patujú, símbolo reconocido
en el estatuto del Departamento de Santa Cruz, que representan a unos y no a
otros. A partir de ese reconocimiento y respeto mutuo empezaremos a transitar
el camino hacía una verdadera integración de la nación boliviana.
*Ha
sido presidente del Senado y ministro de economía.
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