LA POLITICA DEL ODIO
LA POLITICA DEL ODIO
Oscar
Ortiz Antelo*
Los
recientes ataques, agresiones y amenazas por parte de dirigentes sindicales y
políticos contra Santa Cruz, sus empresas y ciudadanos, marcan una clara
utilización del discurso del odio con fines de polarización política. Es una manipulación
temeraria y perversa de la opinión pública que procura dividir a la sociedad
boliviana en partes antagónicas, causando un profundo daño a la nación. Santa
Cruz, su pueblo y sus líderes no deben responderles con la misma moneda sino
con inteligencia y firmeza, mostrando que el camino a la paz y la prosperidad
se lo encuentra en un modelo económico y social basado en la integración de
todos quienes buscan trabajar en libertad para lograr la prosperidad.
Como
explica el analista y experto en comunicación, José Rafael Vilar, con quien
analice recientemente las manifestaciones de odio contra Santa Cruz vertidas en
la concentración convocada en la sede de gobierno al finalizar una marcha
promovida por el expresidente Evo Morales, el discurso del odio
sistemáticamente repetido se convierte en una política del odio.
Uno
podría preguntarse cuál es calculo o el objetivo que sustenta esta forma de
hacer política que implica un golpe artero al principio de la unidad nacional
con la cual toda autoridad, y en general, todos los ciudadanos debiéramos
comprometernos en el marco de los principios básicos que sustentan una nación
democrática y pacifista. No puede ser otro, sino la cruel y perversa decisión
de ganar poder político en función de la división, la confrontación y la
polarización social.
Seguramente,
los dirigentes que han definido esta política piensan que mediante la misma
aseguraran la cohesión de su maquinaria electoral en los lugares donde tienen
una influencia mayoritaria y así, amedrentarán a quienes piensa distinto. Es el
viejo principio de la ciencia política por el cual una minoría organizada (y
radicalizada podríamos aumentar) prevalece sobre una mayoría desorganizada.
Los
extremos a los cuales se ha llegado con esta situación son muy peligrosos y
pueden llevar al país a la profundización de una grieta entre ciudadanos y
regiones que hagan inviable la tan necesaria reconciliación e integración
nacional. Me refiero, por ejemplo, a las amenazas que se manifestaron con
ocasión de la visita del gobernador de Santa Cruz a Tarija, por las cuales se
señalaba que no se dejaría llegar al aeropuerto de esa ciudad, a ninguna
persona que tuviera un cedula de identidad que indicase a Santa Cruz como lugar
de nacimiento.
Esto
lleva la confrontación al conjunto de la sociedad, pues ya no se amenaza y/o se
agrede a una persona en su condición de adversario político, lo cual tampoco se
justifica en ninguna circunstancia, sino que se ataca a ciudadanos comunes por
el simple hecho de ser originarios de un departamento. Obviamente, todas estas
acciones debieran ser procesadas bajo la tan mentada “Ley contra el racismo y
toda forma de discriminación” pero las autoridades responsables, a pesar de
haber sido testigos directos de los hechos, no hacen nada dejando en la
impunidad a los responsables.
Santa
Cruz no debe dejarse llevar por estar provocaciones y caer en una espiral de
discursos de odio. En el fondo lo que está en juego es qué modelo de sociedad,
nación y Estado tendrá Bolivia en las próximas décadas. Para ello nada mejor
que conquistar el corazón del conjunto del pueblo boliviano mostrando que en
este departamento hay un caso de éxito que ha brindado desarrollo y prosperidad
a millones de bolivianos, que trabajan juntos alrededor de un modelo productivo
basado en valores universales de libertad, iniciativa empresarial y
solidaridad.
Esto
no quiere decir que todos los departamentos deben adoptar exactamente el mismo
modelo, sino que tienen el ejemplo de un caso exitoso de progreso colectivo y
que, en el marco de su autonomía, cada uno puede y debe construir su propio
camino hacia la prosperidad. Será la mejor forma de rechazar los discursos de
odio y de ganar el debate de fondo sobre los grandes desafíos de Bolivia en el
siglo XXI.
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