EL FRACASO DE UN ESTADO SIN INSTITUCIONES
EL FRACASO DE UN ESTADO SIN INSTITUCIONES
Oscar
Ortiz Antelo*
Bolivia
ha fracasado en el desarrollo de la institucionalidad que caracteriza a un
estado moderno. La ineficiencia, la corrupción y la inexistencia de un estado
de derecho, caracterizan una falla nacional que deteriora la vida de las
personas, convirtiendo a las instituciones estatales en una amenaza y un
obstáculo para la libertad, la seguridad y el progreso. Este es el gran desafío
para lo que nos queda del siglo XXI, construir instituciones que garanticen
efectivamente las libertades individuales y generen un estado que ofrezca
condiciones propicias para el progreso y la prosperidad de quienes habitan el
territorio nacional.
El
2025 cumpliremos 200 años de la fundación de la República de Bolivia y ni
siquiera existe un ambiente de análisis y debate público sobre cómo llegaremos
al Bicentenario, cuáles son los problemas estructurales que nos convierten en
el país más atrasado de Sudamérica y uno de los más empobrecidos del
continente.
En mi
opinión, la falta de instituciones es una de las principales causas de nuestro
subdesarrollo. Las instituciones, como nos enseñó el premio nobel de economía,
Douglas North, no son sólo las entidades públicas ni las normas escritas, como
la Constitución y las leyes, sino especialmente las reglas no escritas que
rigen nuestro comportamiento social, las conductas que compartimos y las que
condenamos, el grado de tolerancia frente a la corrupción, por ejemplo; en el
fondo el nivel de cultura ciudadana y el grado de exigencia de la sociedad
civil frente a los gobernantes.
Sin
embargo, también las instituciones son las entidades públicas, la calidad de
las leyes y el grado de respeto de autoridades y ciudadanos frente a las normas.
En todos estos campos nos aplazamos.
Las
entidades públicas, no cuentan con una carrera de servicio civil que
profesionalice los servicios públicos en base a la meritocracia, procesos
abiertos de selección de los funcionarios, transparencia y acceso libre a la
información pública, así como rendición de cuentas efectiva frente a la
sociedad civil. Cuando cambia una autoridad, alcalde, gobernador o presidente,
cambian todos, desde los niveles más altos hasta los niveles más sencillos.
La
Constitución fue fruto de un proceso fallido en el cual la falta de voluntad de
construir un auténtico pacto social que incluya y represente al conjunto de la
sociedad y los departamentos de Bolivia, socavó las bases estructurales que
deberían constituir los cimientos de una nación boliviana que se integra en su
diversidad. Peor aún, las leyes posteriores ni siquiera respetan la
Constitución que dicen desarrollar. La carencia de un Tribunal Constitucional independiente
abre las puertas para que se aprueben leyes, decretos y resoluciones que violan
la Constitución y las garantías que en ella se establecen, sin que los
ciudadanos tengan un tribunal al cual acudir para encontrar una protección
efectiva a sus derechos.
Consecuentemente,
la mayor parte de los bolivianos vive fuera de la legalidad. El hecho de que
alrededor del 80% de los bolivianos se vean obligados a trabajar y subsistir en
la informalidad, es la mejor prueba de que el Estado, en lugar de ser visto
como un aliado de los ciudadanos, es percibido como una amenaza y un obstáculo
para la prosperidad individual y colectiva, un estado opresor, que asfixia a
los ciudadanos y a sus emprendimientos, mediante un sistema generalizado de
recaudación paralelo que no genera ingresos para las arcas estatales sino para
sus administradores.
Esta
visión contradice el mito sobre el cual se ha construido el relato político
boliviano desde hace más de un siglo, por el cual somos pobres siendo ricos,
porque los otros (colonizadores, transnacionales, etc.) se aprovecharon de
nuestros recursos naturales. Se ha impuesto en la educación y en la cultura, el
relato de que nuestras riquezas naturales serían suficientes para que todos
vivamos de ellas.
La
realidad, es que la principal culpa es nuestra, la incapacidad de construir un
estado institucionalizado en los ya casi 200 años de historia republicana. Esto
ha sido de los gobernantes en su mayoría marcados por la demagogia y el populismo,
pero también del pueblo, porque los políticos no vienen de otro planeta, sino que
son fruto de la sociedad de donde salen y a la cual reflejan. Construir una
nueva cultura ciudadana será el principal desafío si queremos cambiar el
destino de Bolivia en este siglo XXI.
*Ha
sido senador y ministro de estado.
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